lunes, 11 de junio de 2012
La
doma no excluye la libertad. La crea. Un hombre a caballo, un
lazo doble, dos corazones, un sólo pensamiento. El animal, dueño
de sus facultades, ágil, fiero, libre, unido al ser humano y
formando con él una única entidad, debe seguir siendo libre,
fiero y ágil, siempre dueño de sus facultades. Esta larga y
paciente educación recíproca, en que pronto es imposible
distinguir el alumno del profesor, alcanza su punto culminante en
la obra de arte que representa un caballero cabal. Las etapas de
este proceso son el desarrollo de su fuerza física que permite
al caballo soportar una carga, aprecio mutuo que lleva a la
obediencia e intercambio sutil de comunicaciones invisibles. La
armonía concertada de los movimientos, alcanzada gracias a la
ambición, al trabajo, y no sin pena, es el objetivo. La equitación
roza las fronteras del arte, creando una obra maestra
constantemente renovada, puesto que sólo dura un instante. La
Naturaleza fija las leyes de este arte, porque la potencia y la
libertad de movimiento son dadas al caballo por la Naturaleza,
pero debe recobrarlas a pesar del peso del caballero. El caballo
no ha de ser un esclavo que lleva a su amo, sino un bailarín que
evoluciona y se desliza con él. Doma es una palabra de resonancia
dura, un término mal empleado. La Doma es la vuelta a la
libertad." HANS- HEINRICH ISENBART
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